"El confuso estruendo de Londres era como el registro de un órgano lejano"

lunes, julio 01, 2013

"Las raíces no siempre son zanahorias"

Te dije que te llevaría lejos, pero nadie habló en ningún momento de distancias.
Me colocaste el pelo detrás de la oreja. Me tuviste desde que dijiste que la arena estaba para bailarla y las camas para hundirse en ellas.

Así que me cogiste. Me arrancaste del suelo igual que haces con las margaritas. Me llevaste con tallo y pétalos y sépalos y sin cordura.
Me tratabas como a ellas. Me desnudabas y me quitabas besos, mil besos, preguntándome al hacerlo si te llevaría a casa o no.
He de admitir que las bocas de las otras margaritas no tenían tanta suerte.
A veces me gustaba dejar la mía quieta y cerrar los ojos. Te dejaba a tu libre albedrío por ella. Dios mío, ¿cómo no iba a llevarte a casa?
Las plantas de alrededor se quedaron inmóviles e intentaron disimular su curiosidad. Me fijé en una en concreto, en la azul. La azul era azul y envidiosa. Era azul e ira y me miraba con sus miles de ojos amarillos, esperando a ver qué hacía con tus manos en mis caderas.
Me di cuenta y te mordí, apretándote más todavía. La florecilla bufó, cerrando todos sus pétalos y encorvándose a la luna.
Entonces te moví conmigo, y empezamos a bailar al lado de ella.
Maldita azul maleducada. Nunca le bastaba con tenerme la noche anterior.

lunes, marzo 11, 2013

"Yo te sonrío como ellas"

Lo que para unos es un desastre, para otros no tiene porqué serlo.
Se es consciente de eso, pero resulta que el ser humano es un gorrión egoísta que quiere todas las migas para sí, sin dejar nada a las palomas ya rellenitas.
La verdad es que yo me considero gorrión de fina clase, de esos que de vez en cuando reparten el pan entre las lagartijas. Lo hago porque sé que no es de su agrado, lo hago porque me dirán "No, gracias" y yo podré comerlo después.
Pero la cuestión aquí era que los seres humanos son gorriones egoístas, aunque más lo soy yo, que no puedo reconocer que el único gorrión egoísta aquí soy yo. ¿O eso no sería ser egoísta? Sea o no sea, lo soy de todas maneras, no paro de hablar de mí como gorrión, o como egoísta, o como de gorrión egoísta.
El hecho es que un desastre para esa paloma rechoncha, puede ser una bendición para mí. Así, la paloma no debería de odiarme ni guardarme rencor, no debería de ser egoísta y debería de alegrarse y sonreír con su piquito, al ver que a este gorrión le va bien la vida de pájaro.
Y lo hace, la estoy viendo, con sus patitas rotas convertidas en muñones. La veo que da saltitos con la pata izquierda y que intenta no tropezar con el hilo que tiene enredado en la derecha. 
Esa paloma me enseña sus dientes blancos y se le colorean las mejillas al sonreír.
Esa paloma es feliz viendo que yo, como gorrión, vuelo ligero y cojo gusanos, migas y caviar de vez en cuando. Yo no tengo hilos enredados en las patas y yo no soy gris, no llevo la pena de por vida en mis alas.
Lo sé y lo veo. 
Lo que no sé es por qué me veo como ella al asomarme en los charcos de agua.

miércoles, mayo 23, 2012

You could be happy, I won't know

La caracola, que era joven, que era inquieta, se sentó dando la cara al mar. De esta manera no tomó carta en el asunto de arena y sal. Sus vecinas compartían segundos cada día y cada noche; a veces más eternos y otras más fugaces de lo normal. Discutían porque querían estar siempre juntas y las sinvergüenzas de las olas no las dejaban cogerse más que un ratito, obligándolas a soltarse cuando ya casi se habían olido.

La caracola, que era joven, que era inquieta, recuerda muy bien cuando arena era piedra. Era poderosa, era fuerte y sentía con más partes de su cuerpo las veces que sal la acariciaba. Sal, en aquella época, disfrutaba picando a arena y llamando su atención, yendo y viniendo con las olas, con los minutos y con más caracolas inquietas.

Así, los años y las mareas iban pasando para todos y para todas. Sal y arena estaban destinadas a no encontrarse del todo nunca y no soportaban esa idea. Querían parar las olas, querían que las mareas fuesen estables y querían que el sol apagase la luna. Rogaban por cogerse al menos más que unos segundos, sentirse e intercambiar algún que otro mineral.

La caracola joven e inquieta miró a arena y la vio llorar. Después miró a sal y no distinguió entre  olas y lágrimas.

No podía hacer nada, no podía ayudarlas, no quería ver ni a una ni a la otra.

Echó un vistazo al horizonte y decidió que lo mejor era ser caracola y, en un futuro, acabar siendo adorno de alguna niña en algún que otro collar.