"El confuso estruendo de Londres era como el registro de un órgano lejano"

lunes, abril 25, 2011

"Eat me"

Doblé la carta en dos y te miré: Te tenía en frente, en mente, en boca y en sueños.

También tenía en frente tu cabello castaña, tus ojos verdes y tu palidez de arroz. Tu mover las manos, tu flequillo, tus carcajadas y tus nos.
Me sonreíste con ese descaro, con el que te pedía que te apartases, que mandases esos iris bien lejos, si querías verme con respiración en tu vida. Y eso que tú, sólo tú, renacías de noche y morías cada día.

Cuando por fin lo hiciste, volví a rotar la cabeza. Interpuse la carta entre tu barriga y mi palma. La deslicé hasta tu cintura y la dejé dentro de tu pantalón, de ti, de tu ropa interior. Te besé en la mejilla con horror y me aparté. Eras veneno, eras de esas cosas que queman si rozas. Eras algo que me moría por comer y que moriría sin duda si comiese. Eras tan tentadoramente apetecible que trituraba mi lengua hasta la insensibilidad, hasta lo adecuado para no usarla contigo.

Aún así te encantó mi valentía. Bajasate la vista al folio que asomaba por el pantalón, y de ahí a mi boca. Di un paso atrás y luego otro. Tú empezaste a acercarte y me quedé como se queda un pastel al lado de un vaso de leche.

Mi pulso se convirtió en una sinfonía y tus curvas,
tus curvas en mi voz.

jueves, abril 21, 2011

"Full swing"

El agua de la ducha hace milagros, créame. No sólo por su temperatura o su presión, no sólo por borrar manchas en pieles y por aclarar bien cremas. El agua caliente te piensa como eres y cómo deberías ser, en qué manera deberías actuar y con cuantos besos de por medio.

Escúcheme, capitán. Yo le hice un barco, uno de esos de madera y pegamento instantáneo. Le hice ventanas con los pies del pincel y, con la cabeza, pinté el resto. Escribí su nombre en un lateral y todas las gaviotas me preguntaron quién era. Contesté al viento y al resto les guiñé un ojo.

Escuche, capitán. Yo sólo quería demostrarle mi afecto, mi saber cuidar. Pero cómo bien me dijo aquel calamar gigante, el mar sólo vive una vez. Y es que, párese a pensarlo, párese a pensar cuántas sirenas perdió por el camino y cuántas medusas a desafiar.
Olvide el timón, olvide las velas sin fuego y deje el ancla por una vez en el bolsillo. Tírese conmigo a la tercera ola y llénese de sal, llénese de todos los corales posibles y no se arrepienta usted de haberlo hecho.
Viva, capitán.
Viva usted y viva la mar por ello.

domingo, abril 03, 2011

"Deadly"

Llegó regalando vapor al aire frío del invierno. Llegó con su gabardina marrón y botas a juego, con nariz roja y ojos en agua, con bajas temperaturas. Se detuvo delante de la puerta, de la madera, del castillo de dos cientos años y de la piedra. Sus anillos extrangularon sus dedos cuando la abrió y pensó que aquello era hermoso, algo lleno de sabiduría y de grietas con eco, algo majestuoso y tétrico al mismo tiempo. 
Caminó retumbando el palacio, ojeando candelabros sostenidos por telarañas, acongojada por cristaleras de colores fantasmales y multiformes, intactos aún con el peso de los siglos. Encontró la mesa más muerta de roble de todas las mesas: cientos de copas de cristal la cubrían, separadas entre ellas por centímetros exactos,  separadas de tal manera que se apreciase cada una de ellas y su elixir. Ella debía probarlas todas, como movida por instinto, como atraída por cantos de sirena, como dando su alma al diablo, sólo por caer y bañarse en el placer.
Cogió la que parecía estar llena de sangre y mojó los labios. Ella bebía así: se manchaba los labios y con la lengua los acariciaba, degustaba su sabor propio y el del veneno que acababa de cubrirlos. Cerró los ojos y cogió una bocanada de aire, dejándolo libre luego de forma exagerada y como disfrutando de algo plenamente satisfactorio, gimiendo casi, mordiéndose y jurando al cielo que aquello era algo bendito, algo seguramente prohibido. Cogió otra copa, esta vez una llena de cielo azul, y repitió la experiencia: gimió más fuerte, se hizo herida al morderse y cogió aire dos veces. A continuación escogió una cargada de canela hasta el borde: resopló y los limpió más de la cuenta, de forma exagerada, de tal manera que los dejó rojos y agrietados, insensibles a más placer. Temblando agarró una con timidez, y tan sólo el aroma hizo que se tuviese que deshacer de sus ropas de invierno. La acercó a su boca, tiritando de frío, despeinándose, insegura de sus manos y de lo que harían en su cuerpo si probase esa trampa para mortales, ese engaño para gente sólo como ella.