Sabe cuándo y con qué comestibles de catering. Ella toca la flauta y reúne centenares de Edelweiss para que la inspiren a ella y nada más que a ella. Versea cantos y la cubren con perfume. Sabe porque le chiflan sus pinceles, los ha descubierto, juega con ellos y los explota al máximo, como explotan las burbujas que Julia hace con su lengua.
La de Julia.Entonces ocurre, y ella lo hace: Su tonalidad se vuelve susceptible y su boca un universo.
La de Verónica.
Julia mientras se muere de envidia. Adolece de ganas y las adulza con pinturas. Pinta caudales por los que se imagina en compañía. Busca a algún pinchauvas, según Verónica, y se vuelve acuática junto a él.
Le pierde el hambre de rodillos de pintura y canela, en vez de los Edelweiss.
Verónica, sin embargo, no envidia a Julia. Ella achucha sus pinceles con cada acuarela, con cada fresa. Prefiere dar suaves, elegantes y ágiles pinceladas, a romper y emborronar partituras con un rodillo de pintura.
Pero claro, Verónica tiene guantes de encaje pequeños
y Julia, Julia tiene los ojos más grandes que el mundo jamás haya visto.