Lo tenía en su termo desaparecido y bien grabado en sus recuerdos. Lo agarraba fuerte hasta que se le fueron rompiendo poquito a poquito los huesos de los dedos. Hacían "crac" y quedaban colgando. Es que hacía mucho frío.
Avanzaba por la calle y todo era de color cemento y ceniza. Sus botas eran color sol, y su vestido color tierra.
Mientras se alejaba o se acercaba, depende de cómo se quiera mirar, encontró a un hombre con pipa sentado en un banco. Un hombre muy hombre, muy con bigote y muy con chaleco y con labios secos.
Pasó a su lado y éste la buscó con los ojos. Ella arrastraba el paraguas al moverse y tarareaba.
"Mira, niña. ¿Ves este viento? ¿No es maravilloso? Es viento de castañas"
No se paró a ver si decía algo más, él giró la cabeza y miró para otro lado sonriendo. Así que ella hizo lo mismo. Caminó pensando en esa frase y en que el viento era amigo de castañas o mejor dicho, posesión de ellas. Pensó que igual todas las cosas tenían parte de viento para ellas y que ella ya no tenía nada, porque ella iba de aquí para allá, movía cosas y a veces se quedaba quieta, por lo tanto, también era viento, y si era viento, era posesión de castañas.