Ya no trataba a las cosas de la misma manera con la que las trataba cuando se consideraba cosa ella misma. Ahora veía que un libro y un plato no se rompían de la misma manera, que un corazón era un libro, y la sensatez pura maldita porcelana.
Les contó (que no enumeró) a sus hojas, sus sospechas en cuanto al paso del tiempo. Les preguntó por qué si es una línea recta, los relojes mienten, y se visten de esferas.
Así que, decepcionada, dio un sorbo a los minutos y los escupió para perderlos un rato.
Ya nada se quedaba para ella, sólo el color azul de su estilográfica. Sólo ella sabía cambiar el color de la saliva.
son geniales tus textos, dan q pensar y mucho.. .
ResponderEliminarson tuyos?