A veces se sentaba en el borde de los puertos, rozando un poco los barcos, contagiándoles la humanidad y enseñándoles que es mejor estar en el suelo que flotando en algo incoloro. Les ofrecía barquillos de comer a los pájaros, y ellos la picaban para decirle que lo que de verdad querían, era a ella. Ella les abría la puerta y les dejaba que confundiesen sus pecas con granos de maíz. Se dejaba, se dejaba llevar, o eso decía.
Veía cómo se hundía el flequillo del pequeño y cómo burbujas compartían superficie con los barcos. No parpadeaba, dejaba a su corazón ocuparse de eso.
Masticó los últimos pedazos de barquillo y mezcló ese sonido con el del mar. Se puso en pies y pisó los pájaros que quedaban sin vida en el suelo. Desde hacía tiempo se los encontraba por el camino, ya estaba cansada de sortearlos, así que jugaba a pisarlos, como quién juega a pisar las rayas de los suelos de las calles.
Se alejó ensuciándose las plantas y moviendo las manos simulando olas, dejando atrás al sol y caminando en busca de otra estrella más grande.
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